Un principio
Debo viajar a mi interior, y tú conmigo. Cruzar muros y saltar barreras, olvidarme de la piel que me resguarda.
Hace tiempo que una inquietud recorre mi cuerpo. Empezó como un deseo disfrazado en tinta y grafías. Fui niña con ojos de niebla y sueños como la caída de las hojas. Viví en una amplia habitación blanca llena de murmullos, observando la ventana y el vuelo de las moscas que se aferran al vidrio. Más allá, un espacio verde.
Creo que fue entonces cuando empezó a desarrollarse este anhelo. Viajar con la mente, moverme en sustancias hechas de otro material que no sea blanco. Crecí. He sido nómada en lugares de ojos oblicuos y de ojos rasgados, pienso que la mirada adquiere la forma del terreno que lo habita. Tengo una familia que también es blanca, se mueve conmigo, la cargo entre el verde y el azul que parece interminable.
Ahora imagino que en mí se esconden todos los colores, todos los paisajes, esperando el negro tinta-camino que los recorre.
Un principio
Debo viajar a mi interior, y tú conmigo. Cruzar muros y saltar barreras, olvidarme de la piel que me resguarda.
Hace tiempo que una inquietud recorre mi cuerpo. Empezó como un deseo disfrazado en tinta y grafías. Fui niña con ojos de niebla y sueños como la caída de las hojas. Viví en una amplia habitación blanca llena de murmullos, observando la ventana y el vuelo de las moscas que se aferran al vidrio. Más allá, un espacio verde.
Creo que fue entonces cuando empezó a desarrollarse este anhelo. Viajar con la mente, moverme en sustancias hechas de otro material que no sea blanco. Crecí. He sido nómada en lugares de ojos oblicuos y de ojos rasgados, pienso que la mirada adquiere la forma del terreno que lo habita. Tengo una familia que también es blanca, se mueve conmigo, la cargo entre el verde y el azul que parece interminable.
Ahora imagino que en mí se esconden todos los colores, todos los paisajes, esperando el negro tinta-camino que los recorre.
Prólogo
Hugo Gutiérrez Vega
INVIERNO 2001-2002
Bibiana Rivera Mansi es un escritora de estirpe nomádico y en este libro nos habla de sus viajes a regiones remotas y de los periplos interiores considerablemente más azarosos. Llevaba en ella misma todos los colores y todos los paisajes y por esa razón, llamó en su auxilio al “negro tinta-camino” para poder trasladarlos a la página en blanco.
En Nómada, Bibiana Rivera reúne una serie de textos que configuran su idea del viaje, el tiempo, la creación literaria, la casa en que se vive, el hogar materno y los objetos necesarios para la vida: los “alimentos terrenales”, el cuarto para los encuentros con su propia persona; las palabras y su hechicería, el amor por los libros y sus múltiples voces, sus texturas y aromas; el sueño y la memoria; el perfil agudo de Katmandú, los caminos exteriores y los del alma; la noche, los lagos tranquilos y “el polvo que deja la luna”.
Este libro circula por dos géneros literarios: la poesía y el relato y, frecuentemente, los combina en un solo texto. Lo hace con gran naturalidad y con un estilo que posee la flexibilidad necesaria para adaptarse a las características de cada género.
Hay, además, la urgencia de nombrar las cosas y de reconocer a los seres, no sólo para fundar un estilo, sino para servir a una necesidad espiritual. Por esta razón se acerca a los grandes temas de la condición humana y reflexiona sobre ellos con voluntad tenaz y con la decisión de ir a la búsqueda de su propia voz, de su particular manera de ser y de expresar las verdades, las dudas, los engaños y las perplejidades.
Bibiana siente con especial fuerza el problema del tiempo. Lo sufre y lo goza, le duele y lo asume con un humor que recurre a la onomatopeya, al juego verbal y al caligráfico.
El viajero más perfecto de esta historia de partidas, trayectos y llegadas es Miguel, sentado en su embarcación y vigilado por las montañas. El agua helada lo despierta, pero no lo atemoriza. Al contrario, le sugiere la caricia y la calma. En un momento dado suspende la búsqueda y acepta lo que le ha sido otorgado por el viaje, el tiempo, los dioses o Dios:
“Tengo la necesidad de conocer sus aguas.
Sentirlas.
y, en el roce líquido, aceptar tu silencio profundo.
Puedo recordar un lago de aguas quietas.”
Se trata del lago de las leyendas. En sus orillas se hacen los sortilegios y las palabras del conjuro vuelan y se detienen. Están en las manos del tiempo y del detino, pero, pase lo que pase, al haber sido dichas, perduran.
Prólogo
Hugo Gutiérrez Vega
INVIERNO 2001-2002
Bibiana Rivera Mansi es un escritora de estirpe nomádico y en este libro nos habla de sus viajes a regiones remotas y de los periplos interiores considerablemente más azarosos. Llevaba en ella misma todos los colores y todos los paisajes y por esa razón, llamó en su auxilio al “negro tinta-camino” para poder trasladarlos a la página en blanco.
En Nómada, Bibiana Rivera reúne una serie de textos que configuran su idea del viaje, el tiempo, la creación literaria, la casa en que se vive, el hogar materno y los objetos necesarios para la vida: los “alimentos terrenales”, el cuarto para los encuentros con su propia persona; las palabras y su hechicería, el amor por los libros y sus múltiples voces, sus texturas y aromas; el sueño y la memoria; el perfil agudo de Katmandú, los caminos exteriores y los del alma; la noche, los lagos tranquilos y “el polvo que deja la luna”.
Este libro circula por dos géneros literarios: la poesía y el relato y, frecuentemente, los combina en un solo texto. Lo hace con gran naturalidad y con un estilo que posee la flexibilidad necesaria para adaptarse a las características de cada género.
Hay, además, la urgencia de nombrar las cosas y de reconocer a los seres, no sólo para fundar un estilo, sino para servir a una necesidad espiritual. Por esta razón se acerca a los grandes temas de la condición humana y reflexiona sobre ellos con voluntad tenaz y con la decisión de ir a la búsqueda de su propia voz, de su particular manera de ser y de expresar las verdades, las dudas, los engaños y las perplejidades.
Bibiana siente con especial fuerza el problema del tiempo. Lo sufre y lo goza, le duele y lo asume con un humor que recurre a la onomatopeya, al juego verbal y al caligráfico.
El viajero más perfecto de esta historia de partidas, trayectos y llegadas es Miguel, sentado en su embarcación y vigilado por las montañas. El agua helada lo despierta, pero no lo atemoriza. Al contrario, le sugiere la caricia y la calma. En un momento dado suspende la búsqueda y acepta lo que le ha sido otorgado por el viaje, el tiempo, los dioses o Dios:
“Tengo la necesidad de conocer sus aguas.
Sentirlas,
y, en el roce líquido, aceptar tu silencio profundo.
Puedo recordar un lago de aguas quietas.”
Se trata del lago de las leyendas. En sus orillas se hacen los sortilegios y las palabras del conjuro vuelan y se detienen. Están en las manos del tiempo y del detino, pero, pase lo que pase, al haber sido dichas, perduran.